miércoles, 9 de abril de 2008

¿Virtudes sobrevaluadas?


Recientemente, en un programa radial de esos de la hora del taco, escuché a Fernando Paulsen señalar que en su opinión hay dos virtudes que están ampliamente sobrevaluadas: la sinceridad y la consecuencia.

Decía él que la sinceridad era muchas veces más un defecto grave que una virtud deseable. Y definió sinceridad como la equivalencia entre el pensamiento y el habla (o sea, decir todo lo que se piensa). Obviamente, si se entiende la sinceridad de esa forma, puedo estar de acuerdo en que no es una virtud. Hablar todo lo que uno piensa es muchas veces un desatino, pero no necesariamente una muestra de sinceridad.

Sinceridad, en mi opinión, es simplemente la habilidad para expresarse derechamente. Es decir, que lo que digamos sea veraz, auténtico, que esté correlacionado con lo que creemos. En buen chileno, no andar con dobleces.

También decía él que la consecuencia, entendida como nunca cambiar de opinión y mantenerse irrestrictamente apegado a las creencias propias, no podía ser considerado una virtud. Puedo concordar también con él. Los hombres no somos ríos y tenemos vuelta atrás. Pero tampoco creo que consecuencia sea un adecuado término para ello. Pertinacia sería tal vez una mejor palabra.

Consecuencia, en mi opinión, es simplemente la concordancia entre la conducta que mostramos y los principios que nos guían. En buen chileno, no andar predicando con el marrueco abierto.

Sinceridad en el decir y consecuencia en el actuar. Dos virtudes que creo no están sobrevaluadas en absoluto, sino por el contrario, tan subvaluadas que escasamente se las puede ver en el clima nacional.