martes, 17 de marzo de 2009

In Memoriam


Yo debí haber nacido en otro tiempo, me decía siempre durante esas largas y melancólicas conversaciones en el living de su casa o de la mía. Dos o tres cervezas que nos acompañaban parecían convertirse, al tomar él el vaso, en el mejor de los coñacs que algún noble inglés paladeara frente a la chimenea antes de ir a la cama, con una bata de telas de oriente y de confección francesa. Porque solía darle a las cosas un aire de nobleza, aunque no hubiera tras ellas más que un par de monedas de nuestros días de jóvenes sin plata y sin otros bienes que la ropa puesta.

Casi siempre el tema era una mujer. En mi caso, variaba quién, pero en el suyo era la misma cada vez. Para él esto del amor era una cosa que se sentía una única vez y por una sola mujer. No se puede amar mucho si se ha amado a muchas, decía. Y aunque éramos diferentes en eso yo pienso que era precisamente lo que teníamos en común. Ambos amábamos a una mujer ideal que no habíamos podido hallar.

La diferencia era que yo me contentaba con buscar en cada una esa parte de mi ideal que hubiera en ella y por el tiempo que durara; en cambio él había decidido esperar a que apareciera la única, sin claudicar jamás. Y en cada cerveza que él tornaba en coñac nos paseábamos por el dial buscando melodías antiguas que, él decía, lo llevaran a unos años atrás, Do'nt-be-cruel-tum-tum-tum. Era un romántico.

En realidad no se merecía conocerla. Lo embrujó. Seguro que sí. Lo embrujó con ese aire de musa que rodeaba su cuerpo felino de mujer malditamente bella. La vimos por primera vez en las tablas representando su papel de valkiria inalcanzable. No sé cómo ocurrió todo tan rápido. Era el amor de su vida. Fue el amor de su vida. Y se llevó su vida con ella.

Sé que ya no puedo cambiar nada ni tampoco lo pretendo, pero me gusta pensar que, quizás, si hubiésemos ido a otro lugar en vez de al teatro aquella vez, hoy aún estaríamos juntos, conversando de la vida y del amor a una mujer, y paladeando una pobre y mísera botella que ya no sabe a coñac, como con él, sino que simplemente a cerveza.


Nota: Este cuento es inédito, y fue escrito en agosto de 1989. Lo publiqué aquí 20 años después, porque 20 años no es nada, y hay cosas que nunca cambian.