miércoles, 29 de julio de 2009

Good luck, Mr. Gorsky



Hace 40 años Neil Armstrong fue el primer hombre en poner pie en la luna. Cuando lo hizo, dijo aquella famosa frase One small step for man, one giant leap for mankind” (Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad).
Pero no sólo dijo eso, sino que varios comentarios más, así como diálogos entre él, los otros astronautas, y la sala de control de la misión en Houston. El módulo lunar estuvo más de 20 horas posado en suelo selenita, y Armstrong y Aldrin más de dos horas y media caminando fuera del módulo. Durante todo ese tiempo las conversaciones fueron grabadas.
Una de las cosas que Armstrong dijo, y que pasó prácticamente inadvertida hasta los primeros análisis de las transcripciones del audio, fue el enigmático comentario “Good luck, Mr. Gorsky” (Buena suerte, señor Gorsky), que dijo poco antes de subir al módulo para preparar el regreso.
Casi todos en la NASA pensaron que era un comentario casual relativo a algún cosmonauta soviético con el que Armstrong tenía alguna rivalidad personal. Pero luego de revisiones exhaustivas no encontraron ningún Gorsky en los programas espaciales ruso o norteamericano.
En el curso de los años mucha gente le preguntó a Armstrong qué había querido decir con ese “Good luck, Mr. Gorsky”, pero Armstrong simplemente sonreía, sin contestar.
El 20 de julio de 2009, en el cuadragésimo aniversario de ese hecho histórico, y mientras respondía algunas preguntas luego de un acto conmemorativo al que fue invitado, un periodista trajo una vez más a colación esa cuestión de 40 años de antigüedad. Esta vez Armstrong finalmente decidió develar el misterio. Mr. Gorsky había muerto hace ya tiempo, por lo que sintió que ya era momento de hacerlo.
Contó que cuando él era niño, solía jugar baseball en el patio trasero de su casa con un amigo. En cierta oportunidad, su amigo bateó una bola muy larga que cayó justo frente a la ventana del dormitorio de sus vecinos, Mr. & Mrs. Gorsky.
Cuando se agachaba a recoger la pelota, el joven Armstrong escuchó a la Sra. Gorsky gritándole a su marido: “¿Sexo oral? ¿Sexo oral, te gustaría? ¡Tendrás sexo oral cuando el niño de la casa del lado ponga un pie en la luna!”

Nota al pie: Esta leyenda urbana ha sido desmentida múltiples veces por la NASA y por Armstrong mismo, pero no por ello deja de ser sencillamente genial. Se le atribuye al comediante norteamericano Buddy Hackett.

viernes, 24 de julio de 2009

Compro tiempo: Pago contado


Y pago lo que sea.

Me levanto a las seis y media para llegar temprano a la oficina y en lo posible capearme el taco de la entrada a los colegios. He pensado hasta en dejarme barba con el solo fin de ganar diez minutos más de sueño al alba por no tener que afeitarme.

Cuando el diario llega temprano, alcanzo apenas a leer los titulares y el chiste de Jimmy Scott. En invierno rara vez llega a tiempo, por lo que ilusamente espero poder darle una ojeada después, “cuando vuelva”. He pensado en llevármelo a la oficina, pero dudo que sería bien visto pasarse la primera media hora del día leyendo el diario.

Paso en promedio dos horas y media al día manejando en la capital de la copia feliz del edén. Como buena copia “a la chilena”, no quedó tan paradisíaco el paraje urbano, y debo lidiar con los choferes de micro que creen que porque ganaron la licitación tienen derecho exclusivo, o al menos preferente, sobre las vías. O bien con los despistados de siempre, que en los cruces con más taco tratan de pasar igual a sabiendas de que no caben, y quedan detenidos en el medio de la intersección. Luego se hacen los giles ante los bocinazos y los saludos a su progenitora que les envían desde los vehículos circundantes.

Ni hablar de ir a almorzar a la casa. Apenas me trago un menú en algún restaurante de comida rápida. Primer factor de riesgo. De cuando en cuando me toca un almuerzo con algún cliente regalón, con el cual hay que “mantener la relación”. De regreso en la oficina la realidad ineludible es que la pega hay que hacerla igual, y no me puedo ir hasta que esté hecha.

Me apuro para llegar puntualmente a otra reunión, esta vez inter-áreas, donde como es su costumbre un par de los comensales importantes llega tarde poniendo cara de “¡uf, que harta pega!”, y moviendo la cabeza en un gesto que supone excusar la falta de respeto por sus compañeros de trabajo. Allí queda mi intención de lograr irme alguna vez a la hora, pues no alcanzaré a terminar temprano la presentación que solicitó la gerencia. El estrés: segundo factor de riesgo.

De regreso a casa pienso en los males de la vida moderna. Me doy cuenta de que mi sedentarismo es extremo: el único ejercicio físico que hago es pasar los cambios del auto. Tercer factor de riesgo. A este paso voy directo al infarto a los 40.

Con suerte llego a la casa a las ocho y media. Los niños ya están en piyama y toda mi interacción con ellos un día de semana consiste en leerles 10 páginas de Papelucho antes de que los venza el sueño.

Para qué voy a leer el diario entonces si ya están comenzando las noticias. Ceno con calma por fin mientras me entero del devenir del mundo moderno. Escasamente este barniz de globalización me deja con una sensación de tranquilidad. Mi esposa, agotada con el trabajo que le han dado los niños, se duerme en cuestión de minutos. Creo que cuando más hablo con ella es cuando logro llamarla desde la oficina a mediodía.

Llega el sábado e ilusamente pretendo darle un vistazo a los reportajes del diario de la semana, que supongo acumulados en algún lugar. Pero mi señora ya ha hecho uso de ellos para limpiar los vidrios, recortar tareas de los niños o deshacerse de ellos porque ocupan mucho espacio. Total, nunca los lees, me dice.

Calculo, a la rápida, que esta semana apenas aproveché a mi familia por 5 horas. Claro, tengo el fin de semana por delante, ¿pero no sería mejor poder trabajar nine-to-five, como lo hacen los gringos? ¿Cómo se las arreglan los gringos para ser eficientes, desarrollados y además tener una mejor calidad de vida? ¿Sería cosa de menos cafecitos a las once, menos puchitos sociales, mayor puntualidad y formalidad en los compromisos? ¿Sería cosa de abandonar la burocracia, no de modernizar sólo el Estado sino la Nación completa? ¿De copiar, pero bien, las soluciones que funcionan?

Cuando uno es joven, tiene energía y tiene tiempo, pero no tiene plata. Cuando es adulto, aún tiene energía y tiene plata, pero no tiene tiempo. Cuando viejo, tiene tiempo y tiene plata, pero ya no tiene energía. En lo personal, y con tanto factor de riesgo en mi vida, aceptaría gustoso ganar menos a cambio de tener más tiempo. Pero creo, lamentándolo, que siempre habría alguien dispuesto a ocupar el mismo cargo “tiempo completo”.

Yo no tengo la respuesta. Sólo la apremiante pregunta. ¿Cuánto vale el tiempo, y dónde lo venden? Pago lo que sea.


Nota al pie: Esta columna fue publicada en El Mercurio en 2001, bajo el seudónimo de Ramiro Senderos. Me acordé de ella hace poco y no pude sino reconocer su vigencia. La comparto con mucho gusto, no me extrañaría que más de alguien se sienta interpretado.

sábado, 18 de julio de 2009

El Vendedor de Zapatillas


Cuentan que cierto vendedor de zapatillas, acostumbrado a pasar largas jornadas fuera de casa vendiendo su mercadería, era cliente asiduo de ciertos locales en que señoritas brindan servicios de esparcimiento.

Luego de dos meses seguidos deambulando por las zapaterías de un pueblo del sur, y como andaba con el Kino bastante acumulado, decidió darse un relax y apersonarse en un local que le habían particularmente recomendado.

Sin embargo, revisando sus bolsillos constató, muy a su pesar, que la venta había estado muy mala, probablemente por la situación del país, y que no tenía un solo peso para darse el gusto. Sólo contaba a su haber con un par de zapatillas de muestra que traía en su maletín de vendedor viajero. Su angustia era tan aguda que de todas formas decidió intentar hacer un trueque y solicitar a la casera los servicios de alguna de las niñas. No hubo caso. Al decir de la casera, un par de zapatillas eran demasiado poca paga y apenas costeaban el uso del local.

Apesadumbrado, el hombre se quedó afuera toda la noche, sentado en la vereda, contentándose con escuchar la música y uno que otro gemido sibilante que provenían de alguna ventana del recinto.

A eso de las seis de la mañana, una de las muchachas que ya había hecho noche salió del local. Al verlo tan contrito y a mal traer, se compadeció de él y le preguntó qué le pasaba. Él le explicó su situación, y al notarla a ella conmovida le pidió de paso sus favores a cambio de ese hermoso par de zapatillas que traía en el maletín.

—Ya, pues mijita, compadézcase de este pobre asalariado que lleva dos meses sin cambiarle el agua al pescado.

—Mira, me caíste bien, así es que te voy a hacer el favor. Pero por un par de zapatillas lo único que puedo darte es “indio muerto”.

—No hay problema, mijita. Lo que sea su voluntad, y no la defraudaré. Es más, le garantizo que conmigo tendrá una experiencia espectacular, porque para esto del sexo soy realmente tremendo.

La muchacha tomó las zapatillas y llevó al hombre a su casa, que quedaba por ahí cerca. Lo hizo pasar, se sacó la ropita y sin mayor trámite se tendió de espaldas en la cama y puso sus manos detrás de la cabeza. El vendedor se sacó sus pilchas también, feliz de haber por fin conseguido su objetivo.

Comenzó a besarla por todos lados, ansioso y excitado, pero ella realmente estaba haciendo indio muerto, por lo que no manifestaba reacción alguna. Herido en su orgullo, el hombre comenzó a practicar sus más delicadas y secretas caricias amatorias, sin obtener resultado. Finalmente, y muy decepcionado, apartó las piernas de ella para proceder a usar de lleno el último recurso que le quedaba.

Con mucho empeño le hizo los puntos, pero aún así la muchacha no reaccionaba. Se limitaba simplemente a mirar el techo y hasta se dio el lujo de prender un cigarrillo.

En eso, cuando ya estaba por rendirse, percibió que ella movía una de sus piernas levemente, luego más, y más, y luego la otra pierna, hasta que sintió por fin que sus esfuerzos se estaban viendo recompensados y lograba hacerla experimentar algo espectacular, como le había prometido, y a pesar del indio muerto.

Ya a punto de acabar la jornada, y más hinchado que pato de silabario, le dijo:

—¿No le dije, mijita, que yo era tremendo para esta cuestión del sexo?

A lo que ella respondió:

—Sale, jetón, si sólo me estoy probando las zapatillas...

viernes, 3 de julio de 2009

Oye... ¿Y de dónde viene tu apellido?


Es la típica pregunta que le hacen a todo Seisdedos unos cuantos centenares de veces en la vida. “¿De verdad quieres saberlo?”, suele ser mi respuesta, con cierta entonación de complicidad. Normalmente me miran con sorpresa, y agregan “¿Por qué? ¿Es un secreto muy bien guardado?”

—¡Para nada! —respondo—. Es que hay una versión corta y una versión larga. ¿Quieres la corta o la larga?

—Primero la corta.

—Ah, no poh viejito. Si pides la corta te quedas con la corta. No vale después ir por la larga.

—Okey, entonces ¡dame la larga, pues!

Y el 90% de los que preguntan prefiere la larga. Así que para facilitar la respuesta a todos los Seisdedos que de vez en cuando somos inquiridos sobre el particular, pues aquí va...

La larga

La Reina Isabel de Castilla y León, más conocida como Isabel la Católica, no empeñó las joyas de la corona a espaldas de Fernando de Aragón y Castilla, como cuenta la leyenda. No hizo nada de eso y Colón se las tuvo que arreglar de otra forma. Sin embargo, sí llevó adelante una interesante iniciativa para la normalización de las denominaciones y el mantenimiento de la tradición familiar de la clase media española.

A fines del siglo XV, saliendo de la Baja Edad Media, los apellidos patronímicos (los derivados del nombre) eran los más comunes en casi todas las culturas. En la lengua castellana se usaba la terminación ez para señalar “hijo de”, por ejemplo González es “hijo de Gonzalo”.

El Cid Campeador se llamaba Rodrigo Díaz, hijo de Diego Laínez, quien a su vez era hijo de Laín Núñez, etc.

Para el mismo objetivo en las culturas sajonas y nórdicas se usaba el sufijo son (Johnson), en las rusas el ov (Gorbachov) y el evich (Nicolaievich), en las eslavas el (Jozić); y en otras los prefijos como Mc (McDonalds) y O' (O'Brien) en escoceses e irlandeses, o bin de los árabes (bin Laden) y Ben de los judíos (Bendavid). En Portugal se usaba el sufijo es (Ramires).

Este enfoque era muy entretenido pero... se heredaban los nombres, no los apellidos. Así que Isabel la Católica decidió poner un poco de orden en el asunto, y a cada familia le dio la oportunidad de elegir qué apellido quería transmitir a sus nuevas generaciones.

Y así, cada familia eligió. Algunos gustaron de su nombre patronímico de entonces, típicamente asociado a una cierta posición social que se deseaba salvaguardar. De allí viene aquello de “que no se pierda el apellido”, como en “Yo soy de los Fernández, pero los de Curicó, poshóm”. Así como para decir “yo no soy un aparecido, tengo mi pedigrí, pueh”.

Otros prefirieron más bien una denominación toponímica (del lugar en que vivían) como por ejemplo: Santander, Madrid, Serrano, Zamorano, Aranda, Del Campo, De la Vega, etc.

Otros, más emprendedores, eligieron apoyar su negocio y optaron por el oficio que desempeñaban: Zapatero, Alcalde, Herrero, Labrador, Alférez, Sastre, Verdugo, etc.

Y hubo algunos, por último, que optaron por una característica física que los distinguía: Barriga, Cabezón, Calvo, Delgado, Moreno, Negrete, Rubio, etc.

Y en este último grupito estaban los de la familia con seis dedos, originarios de un pequeño pueblo de Castilla ubicado en la frontera con Portugal llamado Fermoselle (“La Hermosa”), en la comarca de Sayago de la provincia de Zamora, España. Y cuando digo pequeño no exagero. Su población actual es de 1.500 habitantes y tiene escasos 70 km2 de superficie.

Los de la familia con seis dedos no tenían ninguna alcurnia patronímica que perpetuar pues eran de extracción social más bien media. Basta ver el escudo de armas familiar, que es más simple que caldo de hospital.

Tampoco querían ser llamados “Zamorano”, como sus demás vecinos de la provincia; y no tenían algún oficio en el cual fuesen particularmente diestros o muy reconocidos (eran más bien buenos pa'ná y buenos pa'tóo).

Pero había algo por lo que eran inconfundibles: tenían seis dedos. Esta curiosidad se da normalmente en 1 de cada 500 nacidos vivos, y no se sabe a ciencia cierta por qué era más frecuente en los habitantes de esa zona.

Se dice, sin embargo, que la causa habría sido un granseñor y rajadiablos medieval de seis dedos, de origen italiano, iniciado en el arte de las armas, mercenario, y que era más malo que pegarle a la mamá. Este hombre habría pasado una temporada relativamente extensa en Fermoselle, quizás aplicando el lus primae noctis, y dejó vasta descendencia. Solía batirse a duelo por cuestiones de faldas y murió en su lid.

Pocos años más tarde, como casi todos en el pueblo eran de alguna forma parientes, el sexto dedo se comenzó a hacer común por el potenciamiento del gen que lo produce. Esto se conoce como el efecto fundador.

Los oriundos de Fermoselle son conocidos por su carácter aventurero originado en un gran espíritu de lucha y de superación. Existen registros de fermosellanos por el mundo desde el siglo XVI a la fecha. También es posible que como el pueblo es tan pequeño, los que nacen no caben y se vean obligados a irse.

Pero el hecho es que como buenos fermosellanos, los Seisdedos se diseminaron (e inseminaron, debo decir) por todo el mundo.

Por allí por comienzos del siglo XX llegaron a Chile dos ramas de la familia: los Seisdedos de las manos y los Seisdedos de los pies. Pero no lo hicieron juntos. La verdad es que no se podían ver, por un tema de antigua data. Los Seisdedos (de las manos) decían que los Seisdedos (de los pies) no debían llamarse propiamente así, puesto que las extremidades de los pies no se llaman dedos, sino ortejos. Se dice que habría incluso llegado sangre al río Tormes por este asunto.

Cuenta la tradición familiar que los dos lados de la disputa intentaron zanjar el caso ante la mismísima Reina Isabel la Católica, pero ésta mandó decir con un cortesano que no estaba para definir asuntos familiares, y menos de fenómenos de circo.

Diversos líderes de ambas ramas quisieron componer la cosa muchas veces mediante, como era usual en aquella época, arreglar matrimonios entrambas con la esperanza de que de ahí en adelante a nadie le importara dónde cresta estaba ubicado el sexto dedo.

Pero las palabras de la Reina acerca de ser fenómenos de circo habían calado hondo en las bases y ninguno de los dos bandos quería dar su dedo a torcer.

En lo personal, debo reconocer que siendo de los Seisdedos de los pies, me parece que Seisortejos tiene más glamour. De hecho, en el colegio siempre le aclaraba a mi profesor de inglés que no era sixfingers sino sixtoes, y al de francés que no era sixdoigts sino sixorteils.

Han pasado más de 100 años desde que los Seisdedos de manos y de pies llegaron a Chile. Tal vez ya sea hora de que terminemos con esta consuetudinaria diferencia.

Y esa es la respuesta larga.

—Pero esta historia tiene ribetes bastante fantásticos, ¿ah? ¿Estás seguro de que es cierta?

—Te ofrecí elegir entre la respuesta corta y la larga. Del realismo no acordamos nada.

La corta

—Bueno, ¿y la otra respuesta?

—¿Cuál?

—Dijiste que había una respuesta larga y una corta. Cuál es la respuesta corta a la pregunta “¿Y de dónde viene tu apellido?”

—¡Ah, pero muy simple! De las patas...



Trivia:

  • No hay un solo chiste acerca del apellido que algún Seisdedos no sepa y para el cual no se conozca una respuesta. (Entiende, w'on, no hay.)
  • De hecho, es muy probable que los mejores chistes los haya inventado un Seisdedos. Tenemos en general la característica de reírnos bastante, sobre todo de nosotros mismos.
  • El acrónimo onomatopéyico 6d2 es usado en la familia desde tiempos inmemoriales, y probablemente cada uno lo descubrió por sí solo a poco de aprender a escribir.
  • Es posible que George Lucas copiara mi propio r6d2 cuando creó a R2D2 y a C3PO. Y no pagó royalty.
  • Mis apodos favoritos han sido: Selenita, en el colegio; y Six en la universidad.
  • Los SEIS DEDOS del apellido se escriben SEISDEDOS, todos juntos, porque si no se caen.
  • No, yo no tengo seis dedos, pero tengo una sexta micro uña en uno de mis pies. Y mis hijos también.
  • Sí, he ganado apuestas porque no me creen mi apellido. Cédula en mano he almorzado gratis más de una vez, y alguna vez también me he robado un beso.
  • El userid que he tenido siempre en cualquier sistema computacional es r6d2, salvo en Google y en Yahoo, que no permiten un nick de menos de 6 caracteres.