jueves, 11 de noviembre de 2010
Hasta siempre, Marranito
Tenías exactamente 100 años, en equivalente humano. Mucho. Ya estabas sordo, casi ciego, y no corrías por la pelota ni luchábamos en el jardín. Pero aun así disfrutaba de tu compañía cuando me tendía en la hamaca en el verano, y te echabas a mi lado como cuidando mi sueño.
Llegaste justo cuando más te necesitaba. Y te has ido justo cuando ya era tiempo. Egoísta yo, te estaba disfrutando más de lo que merecía.
Me acompañaste exactamente 1/3 de mi vida. Tú y tu ojo azul que te heredó tu madre siberiana de raza, y el otro café, de tu padre desconocido que se dio a la fuga. Pero te importaba un rábano la alcurnia. Hasta eso teníamos en común.
Igor, te llamé, en honor a mi querido maestro del mismo nombre. Claro que a él nunca se lo dije. Temía que no le pareciera bien que le hubiese puesto su nombre a "un perro". En general es difícil para otros entender, sin conocer demasiado detalle, lo importante que resultó ser tu llegada a mi vida y las bendiciones que trajo consigo.
En familia, sin embargo, eras mi Marrano, mi Marranito. Regalón, cariñoso, incondicional. El único que al llegar tarde a la casa aún me hacía fiestas. Si cinco minutos te daba, con eso te contentabas, sin cobrar cuentas, poner malas caras o hacer rabietas.
Los vecinos contaban que cuando no podíamos llevarte a un viaje aullabas toda la noche. Nos echabas de menos.
Recuerdo un cumpleaños mío en que de pronto te desapareciste, y aunque tenía llena la casa de visitas no dudé en salir a buscarte, desesperado, por todo el barrio. Volví descorazonado al no poder encontrarte. Y en la pieza de la guagua estaba escondido el perla, debajo de la cama. Te molestaban los gentíos. Eras un can de pocas palabras.
Mi madre me dijo que lo malo de tener animales es que uno siempre los sobrevive, y sufre cuando se van. Pero las alegrías quedan, los recuerdos de los paseos a la playa, o a la nieve, o al campo. O sacarte a pasear con el lazo amarrado a mi cintura para que no me dieras tanta pelea con tus tirones de entusiasmo.
Hace unos meses llegó la Sandy, que se convirtió en tu partner en muy poco tiempo. Y hasta le hiciste empeño de repente, picarón. Saliste a mi bisabuelo, quien falleció a los 96 años, y aun en sus postrimerías le andaba agarrando el poto a las enfermeras.
Ella te rejuveneció un poco, yo creo, en tu último tiempo. Te veías cansado, pero más vital. Se acurrucaban juntos para dormir debajo del taca-taca o para reposar a la sombra del nogal. Ella ya te extraña. Me lo acaba de decir con sus arrumacos y suspiros.
Probablemente en el verano te lloremos juntos, yo en la hamaca y ella a mi lado. Pero prefiero llorarte, aunque sea un rato largo, que no haberte tenido conmigo.
Hasta siempre, Marranito.
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martes, 23 de febrero de 2010
Guía para el hablar culto - Parte II
Una persona no puede separarse de su contexto, por eso es predominante el lenguaje, que no nos sirve sólo para transmitir ideas, sino que es algo vivo que centra sentimientos y razón. La razón está unida al lenguaje, no se puede pensar sin lenguaje, pero para Herder no es algo artificial en el hombre, sino que es una creación espontánea y popular. [Wikipedia]
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martes, 16 de febrero de 2010
Guía para el hablar culto - Parte I
El hablar culto es muy importante porque desde hace algunos años a esta parte, y en una iniciativa por des-momificar sus criterios, la Real Academia Española ha flexibilizado sus estándares y ha incorporado al léxico oficial una serie de neologismos. (Léase vocablos de bastardo origen.)
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martes, 9 de febrero de 2010
Mea culpa, confíteor Deo omnipoténti
Para quien dice ser un acérrimo defensor de los derechos de autor y de la propiedad intelectual, ello resulta sencillamente inexcusable. Mea culpa.
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lunes, 11 de enero de 2010
Lo que el dinero no puede comprar
Celebré mi cumpleaños número mnfghrstiseis en familia viendo Avatar en 3D.
La primera vez que vi película en 3D fue a comienzos de los 80. La daban en el cine Santa Lucía. Era una cuestión de murciélagos y vaqueros, más mala que atún con manjar. Pero había que verla. Era la novedad del año.
El prodigio se producía mediante la proyección de dos imágenes similares superpuestas. Una para el ojo izquierdo y otra para el derecho. Unos anteojos de cartulina con un par de celofanes verde y rojo filtraban lo que el cerebro ve como una sola imagen tridimensional.
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