En toda familia siempre hay uno que se las da de choro, y ese, para mala cueva, era yo. Y en toda familia hay grandes cagadas de las que nadie habla, y ésos éramos todos.
La abuela cumplía 90 años, y de regalo le prepararíamos una gran fotografía familiar en que estuviera toda (y quiero decir toda) la familia: 5 hijos, 18 nietos, 7 bisnietos y un tataranieto. Todos con sus respectivas parejas. Y por supuesto mi abuelo.
Pero el primer problema que encontré es que en toda familia hay muertos, y en esa categoría caía mi abuelo. No estaba en ninguna parte.
Comencé por elegir 4 retratos familiares en los que cada uno de los comensales aparecía al menos una vez. Dos de ellos eran de navidades y los otros de cumpleaños anteriores de la abuela. Tenían que ser de más o menos la misma época, para que la mezcla quedara realista. Decidí recortar a todos los personajes y volver a componerlos. Atrás, mi abuela y sus hijos, nueras y yernos. Al medio, los nietos y sus parejas; y adelante, los bisnietos y demases. Como fondo, elegí una vista frontal de la casona de Tejas Verdes, cuya ancha escalera de acceso era el lugar ideal para utilizar como referencia al componer las imágenes en distintos niveles.
Me encontré, por cierto, con otros problemas. Uno de ellos, la exquisita abundancia de pololos de mi prima Lorena. En toda familia hay una preciosura, y en este caso esa es ella. No pude encontrar ni dos fotos de eventos diferentes en que saliera con el mismo gandul. Lo peor es que quien finalmente se convirtió en su marido, el Maicena, ni siquiera es el padre de la guagua de la que aparece notablemente embarazada en la más reciente de las fotografías.
Adelgacé con cuidado a Lorena y reconstituí la cintura que volvía locos a todos los candidatos. (Incluso a mí, debo confesar.) Se veía preciosa. Del Maicena tampoco tenía registros. Todo lo que encontré fue una foto suya de medio lado, arrodillado en la iglesia el día que se casó con Lorena. En el gran retrato compuesto, mirando hacia el techo se veía como un imbécil.
De la Marcelita, por otra parte, tenía fotos de ella antes de las operaciones y de después. En toda familia hay una que no sabe qué hacer con la plata que el marido produce, y en la nuestra esa es la Marcelita. Por la posición y por quienes la rodeaban, la que más me servía era justamente una foto antigua. Cuidadosamente le agrandé las pechugas y le arreglé la nariz. Quedó mucho mejor que como la dejó el cirujano.
En toda familia hay “expatriados” y algunas de las fotos contenían personajes que ya no estaban vigentes. Los espacios de los ex maridos de dos de mis tías me sirvieron para ubicar en su lugar a tres esposas de primos.
En toda familia también hay un viejo verde. Mi tío Claudio aparecía en todas las fotos tocándole el poto a alguna de mis primas. Lo dejé tal cual, pero hice aparecer su mano, por primera vez, agarrándose el paquete. Me pareció más natural.
Y en toda familia hay un care’raja. El tío Alfredo, siempre pidiendo plata prestada sin devolverla ni por casualidad. En la fotografía le di vuelta los bolsillos hacia afuera y le puse una mano adelante y la otra atrás.
Me divertía, debo decirlo, con esta misión que me habían encomendado. No sé cuántas horas me tomó el trabajo, pero todos, absolutamente todos, estaban finalmente allí de alguna forma.
El único problema pendiente era la imagen de mi abuelo. Logré hallar un retrato suyo de hacía como veinte años, poco antes de morir. Vestía su traje de gala y lucía señero apoyando su mano derecha sobre el pasamano de la escalera. Recorté su imagen y le apliqué una transparencia de 50%. Lo puse detrás de mi abuela, directamente a la izquierda, haciendo coincidir su mano sobre el hombro de ella. Mi abuelo jamás sonreía, pero en esa fotografía, por alguna razón que no se debió a efectos digitales que yo aplicara, tenía una expresión de cierta felicidad.
Quedé satisfecho. César y los demás también. Excepto Alfredo, pero César le dijo que como no había pagado la cuota no tenía nada que alegar.
El día que le entregamos a la abuela el retrato, todos lloraron a moco tendido. El efecto de transparencia de la imagen de mi abuelo fue el toque que nadie se esperaba. El Maicena, sin embargo, se acercó a preguntarme por qué lo había puesto en esa pose de huevón. “Maicena”, le dije, “en toda familia hay un huevón, y en esta eres tú”.
Me dio un solo combo y me dejó tirado en el piso. Pero cuando me puse de pie y volví a mirar el retrato, me vi en él cargando al hijo de Lorena, y pensé que tal vez algún día, cuando todos ya se hayan olvidado de aquella gran cagada, algún nieto cariñoso haga un retrato de familia, y dibuje mi imagen semi transparente con mi mano apoyada sobre el hombro de Lorena.
Nota al pie: Este cuento fue escrito en enero de 2004 y es inédito. Y aclaro desde ya para los no iniciados que, tal como dice el Maestro Marco Antonio de la Parra, cualquier historia, anécdota, experiencia, ya sea personal o ajena, una vez puesta en papel, es ficción. Lo aclaro para que no vaya a pensar algún despistado que cometí incesto con una prima :-)