jueves, 4 de julio de 2024

Chapeau!, Marqués de Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa fue uno de los primeros escritores latinoamericanos que aprendí a leer con deleite. Recuerdo en particular «Pantaleón y las visitadoras» (1973), escrito en un formato de diálogos propio de una obra teatral, y que en palabras de su autor, le reveló las posibilidades del juego y el humor en la literatura. «A diferencia de mis libros anteriores, que me hicieron sudar tinta, escribí esta novela con facilidad, divirtiéndome mucho […]». Esa frase me hizo mucho sentido desde que la vi. ¿Qué más podría querer un narrador? Ya que la experiencia de cada lector es subjetiva, propia y por su naturaleza distinta y única, imposible para el narrador de escudriñar, ¿qué mejor que disfrutar durante la escritura de lo que más adelante otros leerán?

Quise hacer de esta frase un leitmotiv personal en mis propios escritos.

Sin embargo Vargas Llosa me embrujó particularmente con otra de sus novelas: «La tía Julia y el escribidor» (1977). Dicha obra me llamó la atención por su estructura, para mí muy novedosa, de alternar dos narradores de estilos muy distintos en una misma pieza. Se trataba de historias que no tenían necesariamente que ver unas con otras, sino que coexistían dentro de un mismo universo a modo de un contrapunto de musicalidad extraordinaria.

La novela narra la historia de «Varguitas», un joven que para costear sus estudios de derecho trabaja en una radiodifusora, pero que en realidad soñaba con ser escritor. Conoce este joven a una tía política divorciada, 10 años mayor que él, de la que se enamora perdidamente, y contra la fuerte oposición de las familias de ambos, terminan casándose y viviendo juntos. Esta parte de la novela es bastante biográfica y narra los hechos de la temprana vida de Mario Vargas Llosa y Julia Urquidi, su primera esposa.

Dentro de la misma novela, el otro personaje relevante es «el escribidor», el boliviano Pedro Camacho, un desconocido autor de radioteatros que, con cuya contratación y avecindamiento en Perú, esperaban los dueños de la radio se lograra levantar el negocio que por aquellos años hacía agua por todos lados con el advenimiento de la televisión.

A partir del segundo capítulo la novela toma ya la que será su estructura definitiva: la intercalación de la vida de Varguitas, la tía Julia y Pedro Camacho, con los radioteatros de este último, historias autónomas una de otras, donde Vargas Llosa desarrolla una pluma notable para la descripción de personajes sólo posibles de encontrar en los más recónditos rincones del imaginario colectivo, con el despliegue de los recursos y estereotipos de cursilería y truculencia propios del género.

Los personajes de Pedro Camacho son todos como él, entrando en la cincuentena, y de rasgos faciales similares. Sin embargo, cada uno es muy diferente y único, y cada historia es autocontenida, no guarda relación con las demás.

El éxito de los radioteatros es enorme, lo que presiona a Camacho a trabajar más horas, privándose de cualquier merecido descanso.

De pronto, a medio andar en la novela, unos de los personajes aparece en un relato que no le corresponde. Al descubrirlo me sorprendí muchísimo. Tanto así que debí volver algunas páginas hacia atrás para ver si acaso era yo quien estaba confundido. Pero no, efectivamente no pertenecía a ese relato. ¡Había encontrado un error en una novela de Vargas Llosa! Ni el autor, ni el editor, ni el corrector de pruebas había notado el problema. Mi excitación no podía ser más grande.

Seguí la lectura muy animado, sólo para descubrir en el capítulo siguiente que la radio había recibido muchísimos llamados reclamando por la inconsistencia. Me tomé el sombrero y exclamé chapeau!

El autor, en su profunda genialidad, hacía partícipe al lector de un juego, de un diálogo de complicidad que trascendía más allá del tiempo entre la escritura y la lectura. 

Julia Urquidi, muchos años después, no contenta con cómo había sido retratada por su exmarido, escribió su propia versión de los hechos: «Lo que Varguitas no dijo». En ese libro se encargó particularmente de enfatizar cuán importante había sido ella para que Vargas Llosa llegara a ser lo que fue.

Si bien podría decirse que se trataba de un libro escrito con despecho, lo que realmente enfureció a Vargas Llosa fue que Julia Urquidi revelara detalles personales e íntimos de su relación, en particular cómo y por qué terminó en divorcio.

La segunda mujer de Vargas Llosa fue Patricia Llosa, 29 años más joven que él, y prima suya además. (Por eso su hijos se apellidan Vargas Llosa, no es que "Vargas Llosa” sea un apellido compuesto, como podría pensarse).

En el discurso de agradecimiento del Nobel, Vargas Llosa recordó que Patricia se encargaba de todo. Solía ella decirle: «Mario, para lo único que tú sirves es para escribir».

Luego de 50 años de matrimonio, Patricia se enteró por la prensa de que su relación con Mario había llegado a su fin.

Su primera mujer lo catapultó a la fama, y la segunda lo llevó hasta el Nobel.

Actualmente mantiene un idilio con una tercera mujer. Quizás qué sorpresas nos deparen sus futuros escritos.

En febrero de 2011 el rey Juan Carlos I le otorgó el título nobiliario de Marqués de Vargas Llosa, que detenta actualmente, y que heredará su hijo mayor.

Para mí, sin embargo, sigue siendo simplemente el primer autor que me embrujó y me hizo cómplice de sus andanzas.