Celebré mi cumpleaños número mnfghrstiseis en familia viendo Avatar en 3D.
La primera vez que vi película en 3D fue a comienzos de los 80. La daban en el cine Santa Lucía. Era una cuestión de murciélagos y vaqueros, más mala que atún con manjar. Pero había que verla. Era la novedad del año.
El prodigio se producía mediante la proyección de dos imágenes similares superpuestas. Una para el ojo izquierdo y otra para el derecho. Unos anteojos de cartulina con un par de celofanes verde y rojo filtraban lo que el cerebro ve como una sola imagen tridimensional.
Han pasado 30 años, y la última chupada del mate es Avatar. Sorprendentemente, la tecnología no parece haberse refinado demasiado. Un par de lentes de bajo costo, tinteados uno hacia el verde y el otro hacia el rojo. Si te los sacas, ves doble.
A los niños no les tincaba. No les interesaba qué otras películas puede haber hecho el mismo director, ni saben qué tiene de particular pasarse 10 años produciendo una película, y esto de que los malos por primera vez fueran los humanos, y no los marcianos, no les llamaba la atención para nada.
Para convencerlos tuve que decirles que el único regalo de cumpleaños que quería era que me acompañaran ese día al cine.
Y salieron fascinados. “Lo mejor que he visto después de Star Wars”, dijo uno, “¡Mucho mejor que Star Wars!”, refrendó el otro. Mi hija pasó un poco de susto con tanta estridencia pero amó a Jakesully.
Yo sólo sonreí. Al igual que en Star Wars, Star Trek y en todas las demás, los cineastas hollywoodenses siguen violentando cuanta ley de la física conocen.
Pero a quién le importa. Una tarde de cine en familia comiendo helado y celebrando los mnfghrstiseis años del papá no tiene precio. Para todo lo demás, existe MasterCard.
No recordaba (como decimos quienes gustamos de creer que nos las sabemos todas) de "Avatar" de comienzos de los 80s...
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